El amanecer era oscuro, las nubes cubrían la totalidad del cielo. Unas más oscuras, otras más claras, amenizaban una lluvia segura, se palpaba en el ambiente. Comenzaron a caer gotas y, al rato, siguió un chaparrón.
Entre todas estas gotas de agua, había una especial, una gotita de agua que tenía una importante misión.
Muchas moléculas de agua se condensaron para formar a esta gotita que, sin demora alguna, comenzó a caer desde cientos y cientos de metros de altura. Durante unos minutos cayó verticalmente ayudada por la incansable gravedad, sintiendo el aire que cortaba velozmente.
Ya estaba más cerca del suelo, tan cerca que veía a sus compañeras estrellarse una tras otra. Pero esta gotita era diferente, su viaje todavía no había terminado: cayó sobre una hojita curva, en la que permaneció durante horas, sola, hasta que un leve soplo de aire la hizo deslizarse lentamente hasta el ápice. Pero, cuando parecía que finalmente concluiría su viaje, no llegó al suelo, cayó en el brazo de una chica.
Y he aquí donde todo termina, lo que esta gotita de agua estaba predestinada a hacer: la chica se detuvo un momento al sentir el agua sobre su piel, para restregarla, quedando entonces expandida y a merced de la evaporación, acción que le sirvió para evitar un desastre que no podía imaginar, porque, en un punto del camino que seguía todas las mañanas, un camión circulaba más rápido de lo que debiera y sin cubrir los escombros que transportaba, lo cual hizo que volcara en una curva donde esta chica hubiera estado.
Esta es una historia que escribí allá por 2007, cuando no tenía ni idea de la existencia de una carrera dedicada al aprendizaje de la traducción (pese a haber tenido una profesora traductora de la que no conservo más que el nombre... si no me falla la memoria, Maribel), no me interesaba especialmente dicha labor y andaba por la antítesis universitaria de las letras.
Ahora la he reescrito, pero, aunque haya arreglado un poco el texto, es exactamente la misma historia y cuenta lo mismo que hace unos seis añitos.
Yo creo que se le puede ver fácilmente un significado extrapolable a mi caso y, posiblemente, al de muchos otros:
no podemos saber lo que nos depara el futuro.
¿Quién iba a decirle a mi lejano yo de 18 años que terminaría haciendo una carrera de traducción y que, a diferencia de la que iba a comenzar en ese momento, se le daría muchísimo mejor? La verdad es que nadie o casi nadie, pues el único indicio de este camino, lo que en aquel momento de 2008 me hizo estudiar la traducción, fue el francés, lo único en que brillé en el instituto.
Podemos errar el camino, pero nunca completamente, porque siempre se aprende algo, aunque te lo pongan difícil.
Sería posible extender más aún esto, pero no es mi intención. Por lo tanto, aquí termina lo que prometí escribir hace unos días (y con retraso),
una muestra de la inexcrutabilidad del porvenir :)
Con lo de hoy, doy por cerrado 2013 ni que quedase mucho jaja.
¡Feliz Año Nuevo a todos!